Miércoles 8 de junio del 2005
11:00 de la mañana
Ella salió, como siempre, desnuda de lo que un día llamamos nuestro santuario naturista. Se dirigió lentamente hacia la media circunferencia de arena que bordeaba la playa y se detuvo ante una roca grisácea, donde había dejado su felpa de baño. Antes de vestirse recorrió con la vista todo el entorno, yo sentí un escalofrío que me estremeció por completo, con solo imaginar que ella podría percibir mi presencia. Se cubrió el cuerpo con la felpa blanca y sobre la tela su cabello destiló toda el agua que cargaba en exceso. Su expresión impresionaba, con esa mirada suya que delataba sus pensamientos, que imponía respeto y retaba al adversario.
El miedo hizo presa de mí cuando clavó la vista en el arbusto que me servía de escondite. Un segundo temblor me sacudió. Cerré los ojos y de inmediato un mar de recuerdos con sus olas me golpeó fuertemente. Era inevitable no recordar todo el daño que hice, a ella, a todos los que vivimos aquella locura. Algunos daños fueron, pasajeros, otros irremediables. Ahora todos se mostraron ante mí, saliendo de ese baúl donde escondí los tres años de una historia que no debió haber ocurrido. Apareció –soberbio, exigente e inquisidor–un pasado que reclamaba mi valor para que de una vez y por todas, le contara la verdad a esa tierna mujer de cuyos besos no he podido olvidarme...
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