sábado, 18 de febrero de 2017

Rafael Ricabal opina...


HURRA POR CARLOS DUEÑAS.
Escribir una buena novela sería fácil si el autor no se tuviera que dedicar antes a levantar un andamiaje seguro con un equilibrio incierto, si no hubiera que llevar al límite la imaginación y hacerlo sin ser incoherente, es por eso que el arte se construye con esfuerzo aunque nos parezca espontáneo; he aquí una novela que he leído en dos sesiones nocturnas, en la primera no me pude apartar de la magia con que el autor nos expone un drama en el que su difusión es propia de la postmodernidad, en consecuencia, no me separé de él hasta llegar de un tirón a la página 103 y en la segunda fui literalmente corriendo hasta la 133 para comprender porque 2 por 2 no es siempre 4; las matemáticas de la vida suelen ser veleidosas y enigmáticas, ese es el acertijo que Carlos resuelve con derroche de ingenio y un riesgo increíble.
En favor del autor tengo que decir que es tanto lo que uno puede crecerse ante las infinitas posibilidades que nos sirve la vida, que un solo libro no basta para saciarse, de ahí la suposición de que vendrán más libros trayéndonos variaciones engrandecidas de este mismo tema u otros nuevos que nos hagan optar por dedicarnos a nosotros mismos el tiempo necesario para disfrutar de una ingeniosa y agradable lectura, gracias una vez más Carlos Dueñas.

En cuanto a la novela, estamos en presencia de una historia que existió siempre, o de varias historias que en esencia siempre han sido posibles, ya Boccacio en el Decamerón nos contaba travesuras carnales con un desgarramiento sentimental increíble, por lo que me atrevería a asegurar que la relación sexual que el autor establece con sus personajes trasciende las fronteras del libro y le brinda una participación directa al lector, para que este, en la función de voyeurista de altos quilates que le corresponde, pueda imaginar desenlaces y matices proyectándose de sorpresa en lo inesperado, que lo dejará indefenso y descolocado al final del drama.
Carlos, tengo que decirte que si te propusiste hacer las cosas memorables, tu novela lo logra, por lo que hay que tener en cuenta varias razones importantes; a saber, todo pensamiento expuesto entraña un riesgo, la afirmación de algunos mundos diferentes no tienen que suponer la exclusión de otros tradicionales, con tu novela no curas nada aunque lo compensas todo, el libre albedrío del sabor que degustemos en tu novela siempre será un privilegio personal, y aunque parezca reiterativo, que no se imagine nadie que tu apertura de mente y la del cuerpo de tus personajes no exige un precio, el de la aprobación o la censura, el de tomar partido para permanecer detenido en las eras anteriores a la modernidad o el de dar paso a la tolerancia y comprensión que nos imploran los tiempos futuros.
Si yo fuera director de cine (que ya para mí sería imposible aunque llevara el apellido Almodóvar) no necesitaría de un casting para caracterizar tus personajes, me decantaría por Cameron Díaz, una actriz inteligente, intensamente sensual, vulnerablemente trágica y compasivamente tierna para el rol de Nicole; Penélope Cruz, actriz de la que Cameron tiene mucho que aprender, también sensual pero más que estrella una personalidad dominante, temperamental, que tendría que desdoblarse en una Melissa profundamente manipuladora; Leonardo Di Caprio, aniñado, orgánico, histriónico a como dé lugar, virtuoso con apariencia de ingenuo para el papel de Miguel Angel; Benicio del Toro, increíblemente torpe cuando se lo propone, con una refinada rudeza que resulta convincentemente impredecible, interpretando a Federico y dejaría como reserva ante cualquier eventualidad del guión a la deliciosa Angeline Jolie. La banda sonora podría ser Rapsodia Bohemia para aprovechar los giros sinfónicos, casi clásicos, de Queen y marcar con ellos los numerosos puntos de inflexión que te planteas en la historia, reservando para los no siempre apacibles, pero sí voluptuosos encuentros íntimos, esa melodiosa voz con que Freddie Mercury hipnotizó a multitudes.
Tu prosa engancha desde la primera oración hasta la ansiedad final de los protagonistas, destila una naturalidad velada que coquetea con la humanidad del pecado para darle luz verde a los instintos de tus personajes, la lascivia y el desorden campean por su respeto secuestrándole las sábanas a los fantasmas del prejuicio y echa por tierra cualquier máscara; es por eso que sugiero a quien se aplique en su lectura, que deje en un perchero sus tabúes y quizá cuando terminen tu libro no quieran usarlos más, porque nada es simple, la vida incluye al pecado, que sin ser una estación de obligada permanencia, hay que atravesar sus predios aunque sea como un espectador de lujo.
No me queda más que recomendarles esta lectura. COMPRA AQUÍ

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